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Entraras a lugares de mi mente a los que nadie a logrado conocer. A partir de ahora estarás solo porque yo no puedo acompañarte. Disfruta del viaje y trata de aprender algo nuevo o en el peor de los casos a abrir la mente.

martes, 29 de junio de 2010

Edgar Ende... su vida ficticia.


El día estaba soleado, el mar relajado y su sonido incitaba a la tranquilidad, la arena en mis pies, calida y de un dorado resplandeciente acompañaba mis pasos por la playa mientras me dirigía a la casa del pintor alemán Edgar Ende, quien con sus pinturas surrealistas molesto al gobierno nazi.
Edgard Ende ahora vive en la casa a la que me dirijo en esta playa desconocida al sur de Francia. A esta altura del camino ya puedo distinguir la mansión victoriana, pintada en tonos verdes y púrpuras y con imágenes de personas escalándolas que refleja el sentido surrealista de su dueño. La casa completa, los árboles que la rodean, podados de manera irregular, en aquel día soleado hacen del lugar una obra de arte en tres dimensiones.
Por fin estoy frente a Edgard, un hombre alto de mirada tranquilizadora y sonrisa sincera, una sonrisa tan difícil de ver en estos días. Me invitó a pasar y conocer su refugio. En cada pared había un cuadro de él, lo que hacia preguntarse ¿si el tiene los originales, en los museos que hay?
Yo contemplaba un cuadro de un pájaro hermoso y perturbador que entraba en una habitación, bajo el cuadro rezaba un titulo en alemán “Der Adler, der das Licht auslöscht”, la pintura tenía un lugar de honor, estaba sobre la chimenea y mientras contemplaba aquella obra avasalladora, desde las profundidades de la casa me llega la voz de Edgard relatando el tiempo en que fue censurado por su gobierno y el enrolamiento en el ejercito hitleriano.
Edgard no revelaba mucho de su vida, hablaba mas de sus cuadros que para el significaban la pureza, un lugar donde los ideales se plasmaban de manera prodigiosa y completamente libres, libres de simbolismo; un misterio puro que ansiaba ser revelado.
Mientras hablaba de sus cuadros, algo cambio en su rostro, parecía que un recuerdo fugaz y placentero le cruzo por la mente y aquella mirada tranquilizadora con la que me recibió ahora era de una nostalgia conmovedora. Cuando volvió a hablar entendí aquel cambio, era el recuerdo de su hijo, un escritor de fama mundial que poco veía pero al que le había enseñado a ver la vida desde un punto de vista algo extraño y al que le inculcó el humanismo desde siempre. Michael Ende era el nombre de ese muchacho y sus libros eran tan surrealistas como los cuadros de su padre.
De pronto, sin previo aviso me dijo “iré a hacer bocetos”, me sonrío y se fue a su estudio dejándome solo frente a los cuadros, y antes de cerrar la puerta de su guarida particular me lanzo una mirada incitándome a revelar los misterios que él había plasmado en sus obras.
pd: la obra se llama “Der Adler, der das Licht auslöscht”, 1953

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